SIEMPRE LA MÚSICA

 

Sabemos lo poco que importan las nimiedades cuando observamos el universo que se expande. Pero como si de una supernova se tratase, el pasado sábado, el escenario del Fantasio se llenó de luz. El reflejo de los mil colores de la música invadió el espíritu de un público entusiasta y hechizado con las actuaciones comandadas por Juan Coloma y Justo García.

Empezamos escuchando Gipsy Jazz, sobre fondo azul, de la mano del grupo Hot Club de Asturias; este Jazz Manouche nació en Francia y tiene como característica fundamental la improvisación,  es más, nos atrevemos a decir que sus precursores fueron el guitarrista Django Reinhardt y el violinista Stéphane Grappelli, que unidos a los músicos de jazz de Estados  Unidos, crearon el milagro. Así que, allí estaba de nuevo, en nuestras entretelas, aquella sensación de verano: dos neoyorquinos, Claudio Vásquez al violín y Ethan Winogrand a la batería; un italiano al contrabajo, Andrea Baruffali, y un asturiano a la guitarra de jazz, Juan Sandaman, y empezaron con Green Dolphin Street para continuar con Minor Swing, Nuages de Django y Bésame mucho. Un repertorio exquisito.

En aquel momento todos y cada uno de nosotros éramos lo que sentíamos, porque nada mataba las pulsiones del arte que seguían enredándose en las cuerdas del contrabajo, después dar tono a la voz de Juan Coloma: primero, Love;  seguida de The shadow of your smile; después  una estupenda interpretación de La vie en rose, escrita por la dama de negro, para finalizar con el ya clásico en su repertorio, Fly me to the moon.

Insisto en que lo allí vivido fue un lujazo porque en un mundo donde todo resulta efímero,  donde el contacto personal flaquea, donde los valores clásicos se están desmembrando, escuchar a Ánima Voices y a su vocalista Ángela Lanza, nos incitan a seguir creyendo en el género humano.

Por todo lo acontecido en los últimos tiempos, decir que Juan Coloma enriquece el entorno musical y cultural de quienes lo rodean es una obviedad que no admite réplica. Asegurar que la voz de este hombre inspira, y engrandece el momento, no es una invención baladí; amén de que sus interpretaciones nos recuerdan que comunicarse significa ser vulnerable (aun siendo correcto). Aguantar esos silencios encima del escenario muestra las tablas del artista y la enjundia de su persona.

Queridos lectores, se respira algo especial en estos conciertos y existe algo eterno en Navia; algo que nos empuja a creer en lo grandioso de la suprema sencillez, en los sentimientos puros y en la música. La mejor forma de compartir y de luchar, en estos tiempos convulsos, es del lado de la música. 

Siempre la música.

 

La música y los que la trasmiten consiguen  engrandecer el mundo. 


        Ana García de Loza.

 

EL TALENTO ES OBRA DE DIOS

Vivimos en una mota de polvo suspendida en la oscuridad cósmica, pero también vivimos en el fondo de los ojos que nos miran con admiración; por eso en el fondo de los ojos de Juanito (creo recordar que así lo llamaba su amigo) siempre está el maestro Icasto y recordarlo, en los términos que Juan Coloma lo hace, es un lujo al alcance de pocos mortales. Así que muchas gracias Juan, porque tienes alma de artista y la generosidad de compartir con nosotros cada homenaje a Horacio Bernardino Icasto.

Pero vamos al tema: fusionar parece una de las tareas que más le gustaban al de Benito Juárez, en cuyo XXI festival, y conducidos por Luis Álvarez Fiol (fundador en Puerto Rico de uno de los festivales de jazz más reconocidos del Caribe) que destacó la cadencia de Don Horacio al piano y mencionó el café de la Fídula donde años ha, en 2001, un sexteto dirigido por el pianista argentino actuó para celebrar el centenario del nacimiento de Louis Armstrong.

Tuvimos también el gusto de repasar la vida del artista en forma de película, donde nuevamente quedó patente el amor y su vinculación con la Villa de Campoamor. Además la alma mater de todo este espectáculo nos deleitó con su inconfundible voz, acompañado de Michel Camilo al piano y la canción de Michel Legrand, How do you  keep the music playing? El producto de este dueto improvisado resultó una experiencia  sublime.

“Con un poco de suerte supongo

Que la música nunca termine”

Amantes de la buena música, prosigamos con la crónica para recordar como las luces de los focos se colaban entre las emociones y los asientos del Fantasio en aquel día que había amanecido, como tantos otros, con cierta tirantez en el cielo. Sábado cinco de agosto de 2023, un día para recordar. Los allí presentes éramos conscientes de que la música, aparte de todo lo bueno, es un factor de cohesión social que nos permite comunicarnos y compartir emociones; más, aquella velada que teníamos por delante lo corroboró: Michel Camilo y Tomatito, con mucho respeto el uno por el otro, nos demostraron que las sonoridades de sus instrumentos respectivos no eran discordantes.

En una pieza dominaba la guitarra del almeriense, dejándose Michel Camilo relegar, para cambiar las tornas en la siguiente canción, así empezaron con Libertango de Astor Piazzola (del cual oí hablar mucho durante la noche), e hicieron nuestras delicias con Bulerías, Adiós Nonino, o aquel Agua y vino de Egberto Gismonti. Con un ramillete de buenas obras consiguieron que les entregásemos el corazón y se lo dimos de buen grado porque el ensamble entre el Steinway & Sons y la guitarra española, que al principio parecía un imposible, se convirtió en una realidad tangible para aquellas sensibilidades prestas a percibir el mínimo desliz, y para tanto oído excelso como llenaba el auditorio naviego.

Confieso haber pensado al principio: “dos buenos amigos que han decidido tocar juntos” pero no señores, no, porque nota a nota, el corazón se me habría en canal y emanaba sin templanza las bonitas vibraciones que el arte puro saca de los espíritus impresionables. Desde luego, el negro sobre el azul del escenario, el blanco sobre negro de las teclas y la guitarra española flotando sobre nuestras cabezas, llenaron un Fantasio enfervorecido de pura magia; magia que traspasó paredes, cruzo la ría y, sé de buena tinta, llegó hasta el cielo donde Horacio Icasto derramaba lágrimas de agradecimiento sobre su piano mientras daba las gracias a su Juanito, a Justo y a la Fundación Reny Picot, por hacer del mundo un lugar mejor.

 

"With any luck than I suppose / The music never ends"

                                            



                                                                         Ana García de Loza.

 

 

 

 

NAVIA Y LA SENSIBILIDAD

 

NUNC ADVENIT

Hace un año escribí esta crónica, que por diversos motivos no vio la luz; el momento ha llegado.

Con la sabiduría que nos proporciona la edad entendemos que hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir pero tampoco ignoramos que entre esas dos fechas tenemos que vivir; por tanto afirmo que es un lujo sin parangón poder disfrutar de momentos tan singulares como los que acontecen este verano, de dos mil veintidós, en la Villa de Campoamor. por otro lado cuenta Chéjov que el rey David poseía un anillo con la inscripción: «Todo pasa.» Y sí, es verdad, todo pasa;  y pasará la vida, por ello disfrutar de  placeres como la buena música y la poesía enaltecen nuestro espíritu.

Y hablando de buena música decir que se han convertido en un ritual lleno de magia los conciertos que de la mano de Justo García y de Juan Coloma llegan a nosotros cada agosto naviego. Arropados por un entorno casi familiar con una acústica envidiable y envueltos en el devenir de la música, primero la del Maestro Egozcue y dos días después la de Sir Joaquín Achúcarro, sentimos emociones intensas próximas a  la sedación física y al consuelo contemplativo.

Del maestro argentino diremos que es la confluencia perfecta entre el nuevo tango y el jazz contemporáneo y, a mí personalmente, me ha resultado imposible resistirme al embrujo de su música compleja y virtuosa.  Pero tampoco podemos olvidar que esas partituras tan pasionales como endiabladas, en las que oímos ecos de otras músicas transversales en el tiempo y de la música clásica europea, poseen mucha enjundia. El guitarrista rioplatense sigue abonado a las líneas estilísticas que lo definen y soy testigo de que su música te traspasa la piel, tango en silencio y polvo enamorado. Por otra parte la créativité et  la passion  del quinteto (cuatro argentinos y un francés) nos llevaron a desgranar el choclo de cada pieza para arrastrarnos a algún lugar desconocido dentro de nosotros mismos. Espectaculares el piano en femenino y el violín en precioso masculino, aunque todos ellos además de estar poseídos por la música, poseían al público.

Apuntar el placer añadido de escuchar al cantante Juan Coloma en su interpretación de Cycles, de su adorado Sinatra. Y como no podía ser de otra forma Horacio Icasto estuvo presente en el espíritu de los que no lo olvidan, en la figura de su hijo y en el Bandoneón, tesoro familiar, que la familia dona a sus amigos de Navia; cabe recordar que  las cenizas de Icasto están depositadas en el arenal de Barayo.

 Casi sin tiempo para digerir tan exquisita velada musical, y el encuentro con buenos amigos, llegó la segunda jornada donde todos los oyentes agudizamos los sentidos y generamos emociones en este lenguaje universal, mientras conducidos por la mano hábil de Sir Joaquín Achúcarro llegamos a fundirnos con la sonoridad física del universo subidos en su Steinway D274, de 2017.

De este bilbaíno, autoridad indiscutible en el panorama pianístico internacional que le exculpa de cualquier tipo de juicio crítico, solo nos queda añadir que es un músico por encima del bien y del mal, y conectado con la esencia de las grandes escuelas de su instrumento dio una lección de oficio, desplegó ternura en un teclado que le pertenece por derecho propio, y nos entregó su vida, su aliento y hasta su mano derecha, entre las notas.

Su música inundó El Fantasio de manera natural y sin artificios, como solo él sabe hacer; vestido de negro y sin corbata con su precioso pelo, que le infunde un aire juvenil,  supo introducir el concierto con brevedad y sin rigideces, con la ilusión del que ama lo que hace, con gestos de sencillez y emoción primeriza en salidas y saludos.

El virtuoso de Bilbao afloró virtudes y el tempo de su ejecución fue siempre amplio y coherente, aunque en ocasiones asomase cierto desmayo, pero el sabio manejo del pedal le ayudó a sostener el conjunto plenamente polifónico.

Y nosotros avezados narradores, que aran con palabras el bancal de los recuerdos, a los que colaboran para que Navia resuene con lo más excelso de la  música, les deseamos larga vida.

En este mundo de pan y circo; en un año de pérdidas y amores, pero sobre todo en estos momentos de miserias y misericordias, tenemos que dar gracias a los Amigos del Concierto por recordarnos que las emociones existen, que los conciertos elevan el espíritu a otra dimensión; que las melodías son el mejor lugar para refugiarse de las malaventuras de la vida; y estamos de acuerdo con Friedrich Nietzsche en que “Sin música, la vida sería un error”

Amigos del Concierto, gracias. Siempre gracias.

                                                                                    Ana García de Loza



 

EL TRAJE MIL RAYAS

Sentada en la puerta del jardín con los pies afincados en el suelo, los codos sobre las piernas y las manos sujetando la cara, observo el infinito…mientras a mi cabeza llegan de la mano del nordeste, los recuerdos, porque me gustan las leyendas, siempre me han gustado las leyendas pero sobre todo me gusta recordar las historias de mis mayores que con su enseñanza moral y su no pasar de moda, trasportan mi espíritu a un mundo que no quiero olvidar. Os voy a contar una de estas historias con arraigo familiar:

La saga de los Pérez, la otra mitad de mi sangre.
En la foto: los primos Pérez, en Loza, 1965.

En la década de mil novecientos cuarenta, Eugenio del Río, un chico tan rubio como guapo, que acababa de hacer la mili en el aeródromo de Villanubla durante dos años y medio, cuyo padre lo había abandonado cuando era un niño y que era huérfano de madre, decidió buscarse la vida fuera del entorno rural de la casa de tía Regina donde lo criaron.

Tomasín de Milia, natural de Cartavio decía, a quien lo quería escuchar, que en Mieres, un pueblo que vivía del carbón: había modo; y con esta expresión daba a entender que allí los foráneos tenían posibilidades de trabajar. Así, Eugenio, un día a la hora de la siesta mientras leía una novela de Marcial La Fuente, Estefanía, y sublimado su ánimo por aquellos vaqueros de casi dos metros que disparaban de forma tan certera, le dijo a Murias del Mosco, amigo de infancia y tumbado a su lado en el mismo montón de hierba seca del pajar, que iba a buscar modo a Mieres.

–Si te vas, eu voume contigo, –dijo Murias contundente.

Después de escucharse, ambos jóvenes desembocaron en una risa nerviosa, entrecortada y emocionada. Eugenio sólo contó sus planes a la tía Regina y a Pilar, su hermana y alma gemela que suponía un vigoroso aldabonazo para tirar por el día a día. Ambas mujeres lo animaron a conocer el mundo. Y sin más preámbulos los muchachos, que no eran de vivir esperando, llegaron a Mieres para hospedarse en una pensión que les habían recomendado en el barrio de Santa Marina.

Era este un barrio donde se respiraba la posibilidad de una vida mejor, donde las conversaciones (en todas las hablas del país) se entremezclaban sinceras, donde los emigrantes plantaban sus raíces y donde el olor a refrito, de ajo y pimentón, en los rellanos te abría el apetito. Allí el trasiego de gente daba enjundia a la subsistencia. Por las aceras corría el aire limpio y sereno que les faltó a los chicos el primer día que bajaron a Terceros de Mariana, la mina que además de chamizo era una de las capas carboníferas pertenecientes a Fábrica de Mieres.

En la caña del pozo hacía frío y según excavaban en la tierra el aire se hacía más espeso, pastoso y más escaso; del ambiente emanaba un tufillo peculiar y húmedo, muy húmedo y perdurable. Cuando salían a la superficie, después de infinitas horas enterrados, tan desfigurados aparecían que solo se yes via  a parte branca dos ollos y un rosado suave en los labios. Los ojos se llenaban de carbón tanto como la boca, las uñas y los pulmones; de tal forma inundaba aquel mineral negro sus intimidades que ni el agua ni el restregar sin duelo lo desaparecía.

Así pues, las pesetas que ganaban sin respirar las disfrutaban como les parecía más oportuno y no faltaban al cine de los domingos ni a tomar una pinta de vino al chigre, porque el domingo era día de descanso y cuando la patrona abría las contraventanas ellos, que compartían habitación, preguntaban:

–Patrona, ¿qué tiempo hace hoy?

–Hoy hace buen día.

–Entonces ponemos el traje mil rayas–los dos amigos se miraban de soslayo y asentían con la cabeza.

Otro domingo y otra ilusión, –Patrona ¿cómo amaneció? –entonces la respuesta era: –Hoy hace un sol abrasador.

–Da igual, –respondían al unísono –ponemos el traje mil rayas.

Así llegaba el domingo siguiente y cuando les abría las contraventanas volvían a preguntar:

–Patrona y hoy ¿cómo está el día?

La patrona, cargada de paciencia y dejándose llevar por el buen talante de sus jóvenes inquilinos decía: –Hoy llueve, chavales. –A lo que ellos respondían con toda la seriedad del mundo: –Pues a nosotros no nos jode el tiempo: hoy también ponemos el traje mil rayas.

Recuerdo el cielo azul intenso contra su pelo gris plateado por encima de nuestras cabezas mientras mi padre me peinaba, sentados ambos sobre la hierba. Nunca me daba tirones; manejaba con tanta delicadeza aquel peine, que mi melena de niña rubia no protestaba; era un peine pardo con visos claros guardado siempre en el bolsillo delantero de su camisa. Si además pensamos en su facilidad para contar historias, entenderemos porqué hasta los momentos más breves pueden durar una vida.

– ¿Cómo era el traje mil rayas? –quise saber desde la ingenuidad de mis cinco años. – Era un traje de verano y de color negro con rayas blancas-respondió.

– ¿Y por qué Murias y tú poníais siempre el traje mil rayas? – Me miraba con su media sonrisa y aquel azul chispeando en los ojos, mientras contestaba- Porque no teníamos otro- y reía con sus recuerdos.

– ¿Y si llovía, pasabais frío con el traje de verano? – Si, – respondía meditabundo.

– ¿Y por qué no poníais otro?-insistía yo, testaruda, infantil y preocupada como siempre por el frío. Entonces mi padre, desbordado por mi pertinaz curiosidad, me miraba con sorpresa y se carcajeaba a sus anchas para concluir– Porque solo teníamos el traje mil rayas.

Mucho tiempo después lo entendí. Lo entendí todo.

Entendí, recordando su cara de agrado al contarlo y su fascinante forma de afrontar la vida, que incluso poseyendo únicamente un traje mil rayas, podías ser el más feliz de los humanos.

Poseer un solo traje mil rayas
es un lujo si lo sabes valorar.

Pero nadie podrá acusar a esta saga de humildes García y Pérez, a la que gusto pertenecer, de no tener arrestos para contentarse; ni nos acusarán por falta de imaginación para existir, por lo que decidme que sí, que alguna vez los recuerdos os han hecho felices y en esos momentos de ver volver, entendisteis que un solo traje mil rayas es un lujo si lo sabes valorar. Otras veces, decidme también que sí, vuestra cordura juega al escondite y olvidáis lo poco que se necesita para disfrutar.

Yo afirmo, como Virginia Woolf, que no tengo prisa, que no necesito brillar, que no necesito ser nadie salvo yo misma y agradezco a mis antepasados el haberme enseñado a ser feliz aunque solo posea un traje mil rayas pero, eso sí, también tengo recuerdos, muchos recuerdos.

                                                                                             
                               ANA GARCÍA DE LOZA

PD: Creo que podemos silenciar y relegar a un oscuro rincón nuestras vivencias, incluso podemos olvidar; pero de repente un recuerdo llega cargado de emoción y se convierte en el amor más limpio entre dos personas.

CORRER O MORIR

(Artículo publicado por La Nueva España, Viernes, 28 de octubre de 2022)


Esta sociedad siempre nos recuerda que la muerte está al final del camino pero nos resistimos a creerlo porque el día a día es para los que estamos vivos. Por un momento imagínense ustedes que, en su entorno, morir fuera tan sencillo como cambiar de acera, tomar un café en el bar de la esquina o ir a la escuela. Entonces estaríamos, de alguna manera, poniéndonos en la piel de los que huyen de sus casas y se refugian en otros países para conservar la vida. 

Y en este marco de desarraigo y expatriación encontramos a un grupo de deportistas de ambos sexos que combaten el miedo con ejercicio aeróbico, la angustia con ejercicios de fuerza y la melancolía con ejercicios de técnica: son el grupo de personas que han hecho del deporte su bandera y de la empatía su forma de encarar la vida. Insistimos en que el deporte y su idiosincrasia les ha enseñado a levantarse después de caer, a seguir peleando cuando parece que todo está perdido, además de saber que nada se acaba hasta el último aliento, porque la competición te convierte en un buen guerrero. 
Pongámonos en la piel de los que huyen de sus casas
 y se refugian en otros países para conservar la vida. 


A pesar de haber sido expatriados, como refugiados, para driblar a la muerte en los conflictos existentes a nivel mundial, en 2015 y creado por el COI, nació el Equipo Olímpico de Refugiados (EOR). El Comité Olímpico Internacional en colaboración con ACNUR (el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) pidió a los diferentes comités nacionales que eligieran a los deportistas refugiados con opciones de clasificarse en los Juegos. En ese momento de los cuarenta y tres preseleccionados salieron diez atletas que provenían de Etiopía, República Democrática del Congo, Siria y Sudán del Sur, y participaron en atletismo, judo y natación. El judoca de la República Democrática del Congo, Popole Misenga, fue el abanderado.

El equipo formado, EOR, es financiado por las becas de Solidaridad Olímpica, un proyecto de ayuda a deportistas del COI, y tiene la misma enjundia, yo diría que un poco más de meollo emocional, que cualquier otro conjunto de grandes atletas, y es entonces cuando como equipo participa por primera vez, bajo bandera olímpica, en los Juegos de Río de Janeiro de 2016.
Este equipo se creó para llamar la atención sobre la crisis de los asilados en un momento en que el número de personas desplazadas por la violencia y las persecuciones llegó al nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial, así que el solo hecho de su participación en los Juegos Olímpicos era oro, amén de un homenaje a la valentía y la perseverancia de todos los que a pesar de haber perdido familia inmediata, hogares, amigos y hasta la esperanza, eran capaces de superar la adversidad y construir un futuro mejor para su gente. Con su participación en estas olimpiadas enviaban un mensaje al planeta: eran embajadores de los que no tenían voz porque vivían en campamentos de refugiados y usaban su maestría atlética para demostrar que podían hacer todo lo que otros seres humanos pudieran hacer, además de contribuir a promover la paz en el mundo. Llevaban al Equipo Olímpico de Atletas Refugiados dentro de sus corazones. 

La selección de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (aplazados debido a la pandemia de la COVID-19), para la que sería su segunda actuación estelar, se da a conocer el 8 de junio de 2021 y estaba formada por veintinueve atletas de trece comités nacionales, elegidos entre cincuenta y cinco candidatos para competir en doce disciplinas. Yusra Mardini (nadadora siria) y Tachlowini Gabriyesos (maratoniano eritreo) fueron los abanderados en la ceremonia de apertura y el taekwondista iraní Kimia Alizadeh logró la medalla de bronce en su disciplina. 

Por otro lado La Fundación Olímpica para los Refugiados también fue creada por el COI en colaboración con ACNUR, en 2017 y tiene como objetivo "ser un símbolo para la esperanza para todos los refugiados del mundo", según Thomas Bach y persigue apoyar a los atletas desplazados más allá de las citas olímpicas y, a través del deporte, proteger a los jóvenes desterrados, de la violencia y la exclusión social, fomentar su acceso a la educación, a la sanidad (sobre todo la salud mental), y en definitiva, promover este rol del deporte para la ayuda humanitaria. 
De estas iniciativas se han beneficiado alrededor de doscientos mil jóvenes, en ocho países: Colombia, Jordania, Kenia, México, República Democrática del Congo, Ruanda, Turquía y Uganda, además mantienen el objetivo de alcanzar el millón de jóvenes beneficiados en el año 2024, una cifra simbólica si tenemos en cuenta los más de cien millones de personas desplazadas por la fuerza que existen en el mundo. 

La Fundación Olímpica para los Refugiados es responsable del Equipo Olímpico de Refugiados y ambas entidades han sido galardonadas, por méritos propios, con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2022; pero no podemos olvidar que en esta edición concurrían al galardón un total de 24 candidaturas de 10 nacionalidades. El jurado del Premio –convocado por la Fundación Princesa de Asturias– estuvo presidido por Abel Antón Rodrigo, atleta olímpico, y la candidatura ganadora ha sido propuesta por Juan Antonio Samaranch Salisachs, vicepresidente del Comité Olímpico Internacional. 

Y aunque alguien dijo que un refugiado es como un árbol que se trasplanta porque su raíz nunca crecerá con tanta fuerza, considero esta una seductora teoría para gente sin fe puesto que la humanidad siempre encontrará en sí misma la fuerza para vivir como demuestran claramente este puñado de valientes deportistas; y yo, siendo más de ilusión que de esperanza digo como Borges: “Según se sabe, esta mudable vida, puede entre otras cosas…, ser muy bella” 
                                                                                           Ana García de Loza

La humanidad siempre encontrará en sí misma la fuerza para vivir 


MURA, UN HOMBRE VALIENTE

 .A mi primo Jose Manuel, con respeto y admiración

Amanecí otra vez con el sonido del nordeste en la ventana. Llevaba varios días sin dormir. Te escuchaba hablarme entre los gemidos de aquel viento al que tanto amaba y de aquel mar que compartíamos por la costa.

Jose Manuel y su princesa.

El sueño se me escapaba entre los recuerdos que tu vida dejaba en mi vida; recuerdos con forma de maravillosas imágenes pero de fondo se pergeñaba un gran dolor.

Tendría yo  tres años cuando en casa me dijeron que iba a conocer al primo Jose, el muchacho estaba estudiando en Francia y a propósito de esta noticia, mi padre me enseñó la fotografía de un precioso niño rubio. El color de su pelo debí de suponerlo porque rubia era toda la familia y no porque la foto lo indicase, pues por aquel entonces las fotos eran en blanco y negro. Lo importante es que aquel infante tendría un par de años más que yo y mi mente, que ya por entonces era soñadora, decidió que era un lujo tener en la familia algo tan especial.

Llegó el esperado día del encuentro y cuando la puerta de la casa se abrió yo solo quería ver al primo pequeño. Me calmaron– Vendrá enseguida–pero creo recordar, porque mi buena memoria es mi condena, que me preocupó pensar que haría un niño pequeño solo por ahí.

No quise sentarme en el cuello de mi padre, no acepté un refresco, detalle poco habitual en mí, y me quedé expectante apoyada en el marco de la puerta observando el enorme espejo que había al final del pasillo. Alguien me quitó el abrigo de cuadros con doble botonadura, el gorro que tenía un pompón en la cabeza y los guantes que tanto me molestaban. Así que mientras mi padre colocaba mi pelo rubio, que había peinado con delicadeza un rato antes de salir de casa, yo cambiaba el peso del cuerpo de un pie al otro, miraba de reojo los dulces que la tía había sacado en una bandeja plateada y aunque la bandeja en cualquier otro momento habría sido mi prioridad, ahora mis ojos infantiles chispeaban en dirección ora del espejo ora de la puerta de la calle.

Pareció pasar una eternidad durante la cual yo seguía sin entender porque un niño vagaba solo por las calles cuando una llave se introdujo en el bombín de la cerradura. Madre del amor hermoso, la emoción me devoraba – Ya llega el primo Jose– dijeron y me agarré a mi padre que en cuclillas sujetaba mi mano. Todo el mundo estaba ansioso, al menos eso me parecía, y la puerta no acababa de abrirse. Algunas cabezas asomaban detrás de la mía y de pronto cruzó el umbral con tanta expectación como él levantaba, un adolescente guapo, desgarbado, vestido de juveniles formas, rubiaco y con los ojos tan azules como el mar profundo.

El impacto en mí no pudo ser más atronador, me quedé envarada, desencajada y espantada. Todos me observaban y yo miraba a aquel gigante que escuchaba atentamente  la historia de la foto que me habían enseñado. Unos se reían, la tía decía – Ay  pobre, que chasco– pero seguí mirando al muchacho durante un rato hasta que por fin reaccioné para preguntar  – ¿Dónde está mi primo, el pequeñín? – entonces sí que una carcajada sonó al unísono mientras él me cogía en volandas, me achuchaba y me decía que había crecido pero que seguía siendo el niño de la foto. Nunca olvidaré aquella sensación, ni la maravillosa imagen de lo que un día fue, ni al niño grande que siempre se preocupó por mí.

Tiempo de sufrimiento que triste pasas, que triste cruzas mi corazón. Tiempo de realidades como nos hieres, como lastimas el devenir.

A mi memoria acuden volando los recuerdos de aquel salón soleado y lleno de fotos familiares donde en una esquina, escondidos de las manos revoltosas de las pequeñas de la casa, una pelirroja y una rubia idénticas, esperaban los discos comprados en Francia que deleitaban tu tiempo de ocio. Era un tesoro que nosotras valorábamos y del cual disponíamos libremente cuando no estabas presente; tesoro que por prohibido resultaba más idolatrado y que no dudábamos en revolver por el simple placer de provocar a la suerte. Que lejos en el tiempo y sin embargo que cerca de aquella habitación donde, este domingo pasado, 29 de mayo de 2022, la paz iluminaba tu rostro.

Pensar que no me querías me dejaba sin aliento; imaginar que no  me apreciabas con el amor de la sangre, con el arraigo de la familia y con la fidelidad de la casta, me partía el corazón. Pero por suerte no era así.

Entré y vi tu cara serena y esos ojos de Mura, tu piel blanca, un poco de barbita que te hacía parecer guapo, lo que eres y lo que siempre has sido, guapo. Especial, raro, diferente pero interesante. Recto, estricto, gruñón pero único. Eso eres tú, uno de nuestros hombres preferidos en el mundo desde que el poder de la sangre corre por nuestras venas. Porque está bien vivir una vida que otros no entienden, está bien querer más de lo que te dijeron que debías de querer, está bien ser grande y ocupar todo el espacio, está bien en definitiva, haber compartido momentos contigo y sobre todo está bien quererte.

Pensar que en no mucho tiempo estarás en un Universo plano que no tiene centro, donde los neutrinos son partículas fantasmas, donde hay estrellas muriendo, galaxias chocando, donde las ondas gravitacionales las produjeron agujeros negros colisionando entre sí, todo ello me da un vértigo terrible; el mismo vértigo que a ti, lo vi en tus ojos.

A mi entender cualquier buen recuerdo paga una deuda y, después de haberte dejado en aquel rincón sereno de Anleo, estamos dispuestos a seguir adelante por un vinín (Pago de Carraovejas, a poder ser) de vez en cuando en tu compañía, por ser fieles a tu rectitud y a tu doctrina de vida, porque has construido un entorno para que tu gente sea feliz y sobre todo porque somos los García, esos seres extraños y raros que pueblan el mundo y avanzan en una longitud de onda que no todos comprenden pero en el fondo de sus conciencias todos saben respetar.

No hay preocupación más constante ni más aterradora para el hombre que la muerte y dado que tú has superado esa parte, sé que habitas un espacio infinito donde tu mujer, tu princesa y tus nietos son el centro de la galaxia.

Cuando alguien se lleva parte de tu vida al otro lado recuerdas lo que te hizo sentir,  y tú  primito, nos has enredado en magia hasta tu último aliento. Gracias por haber estado ahí, por haber existido y por poner en valor a toda la familia. Tu buen hacer nunca nos abandonará porque solo cuando eres hombre de bien sabes lo que es bueno; y solo si has cumplido con la vida entiendes lo que empieza y lo que acaba.

Decía Virgilio que la fortuna favorece a los valientes y tú, no cabe duda, has sido un hombre afortunado.

Cuando alguien se lleva parte de tu vida al otro lado
 recuerdas lo que te hizo sentir.


 

SNOOPY DE MI AMOR

 

Tiendo a creer con la experiencia que me dan los años que la emotividad, la sensibilidad y la naturalidad ya  no son arenas movedizas en las que yo me revuelque fácilmente.

Luis se despide de  Snoopy de su corazón.

Y sin embargo la noticia que, el otro día de madrugada, llegó a mí de la mano de una mujer francesa, la cual dibujó un espacio tierno y empoderó la existencia de un ser vivo al que he querido con ternura, insisto, esa misiva volvió a sumergir mi corazón en las arenas movedizas de las que creí haberme librado.

Snoopy se había muerto rodeado de la paz del pueblo por el que deambuló durante los últimos siete años y a la sombra del cariño, el respeto y los cuidados que su familia le prodigó.

Os voy a contar una historia: Hace catorce años, no sé quién eligió a quién, aterrizó en la casa pegada a la mía durante lo más crudo del invierno  un precioso cachorro de Beagle clarito procedente de Badajoz y con un pedigrí digno de pertenecer a la cuadrilla de la reina de Inglaterra. Las noches que helaba le poníamos, en la caseta, cartones que recopilábamos en los sitios más variopintos para que la xelada no atravesase, desde el suelo, su piel acostumbrada a las bonanzas de otro escenario más cálido del que procedía, una casa amueblada al más puro estilo colonial de la que tuvo que salir porque su espíritu de Beagle inquieto destrozaba con sus enredos todo lo que pillaba.

Como el perro era un fortachón, brutote y desaliñado, aunque amoroso, ninguna de las mujeres que lo rodeaba podía ni debía pasearlo, porque aquellos paseos siempre acababan con las damas descalabradas. Así las cosas, y por esos avatares del destino, la tarea del paseo recayó sobre mi persona que cada miércoles de los siguientes siete años, de forma puntual e impecable, corría detrás del perro que me arrastraba tirando de la correa.

Hube de cambiar las pretinas rotas miles de veces y hube de correr, detrás del amado amigo, por  toda La Fresneda como alma que lleva el diablo en una carrera que para mí era loca y para Snoopy una diversión.

Menudos ratos me daba, que sobresaltos y que listo andaba para escabullirse; y como corría cuando me veía detrás. Si yo, asfixiada, paraba, él paraba; si yo corría detrás, él corría más. Creo que pensaba que era un juego en el que los dos llegábamos a la meta muertos de cansancio pero contentos, yo sentada en el bordillo de cualquier calle jadeando tanto como él que, sentado sobre sus patas traseras, me miraba con dulzura diciendo: –Vaya carrerón el de hoy ¿eh?  

Sus ojos serenos y su mirada límpida siempre fueron el mejor salvoconducto para el perdón y, puestos a recordar, recuerdo que el gol de Iniesta en el mundial de Sudáfrica, en julio de 2010, lo viví sola con Snoopy en el cenador de  su casa. Yo lo abrazaba y voceaba contenta en tanto él daba el rabo con alegría a la vez que desde todos los jardines de la urbanización se celebraba el triunfo de España.

 Por estas y otras muchas anécdotas geniales y personales, que  a recordar no alcanzo, él, siempre ha estado unido al acontecer de mi familia y forma parte de nuestra historia.

Así que podemos decir que Snoopy ha marcado con su vida a tres familias diferentes y a muchos ciudadanos de a pie que lo han querido. Entonces, y a la vista de las circunstancias, se me ha planteado una pregunta que aunque no lo creáis necesita una respuesta todo lo convincente que sea posible: – ¿Los perros tienen alma?  

Pues bien, en la biblia se consideraba que los perros no tenían alma, pero últimamente ha cambiado su postura y la religión cristiana considera que todos los seres vivos tienen un soplo de Dios; a su vez el islam está de acuerdo con la biblia y también el judaísmo aunque el budismo no lo cree así.

Por otra parte algunos filósofos de la Antigua Grecia como Heráclito y Tales de Mileto defendían que toda materia con animación propia tiene alma; igualmente lo consideraban Platón y Aristóteles cuyas ideas son un buen aval para mis inquietudes. Amén de que los canidos, esto lo afirmo rotundamente, incluido el dingo, disfrutan y toleran la tristeza y el amor.

Además Snoopy era un perro de todos  y a todos los que ayudaron a encontrarle un nuevo hogar cuando la ocasión lo requirió, va por ti Nieves Carrillo Baz, les estaré eternamente agradecida. Gracias a mi hija, Carla, y a mi marido por quererlo tanto; y también a mi querido alumno Álvaro Merayo que, cuando el perro ya me había destrozado la espalda, pilotó  aquel carro de combate por el parque. Tan agradecida como a su última familia que lo trató como a un rey, me refiero a Verónica Picazo, Luis y Manuel que hicieron de Cuturrasu (Langreo) su hogar.

El cielo húmedo, y aquella mañana, tenía olor a nubes y a hierba mojada pero la muerte se llevó al perro en tiempo y forma nunca deseados. Aun así, él, nos ha dejado días tan emocionantes, días tan llenos de historias, días tan sencillos y días con  tanta importancia que en mi cabeza, un poco aturdida, se mezclaban los sucesos en una cantinela con fondo de  lluvia. Todo la jornada había trascurrido como en un sueño.

Estaba un poco ansiosa, y al mismo tiempo, entiendo que es idiota estarlo; las casas que habitó el perro parecen silenciosas y dormidas y en este momento, esencial para el relato, entiendo que mi sentimiento se impone en el tempo de la escritura. Son sacudidas, enamoramientos y el dolor que me unen a vosotros y que se ofrecen con una vaguedad inasible.

 

La cara de nuestro perrito es una imagen de mil hojas que se dibuja en el aire  y tal vez por ello aparezcan nuevos matices en cada lectura.

Snoopy de mi corazón, no somos más que el tiempo que nos queda, pero lo mejor es no pensarlo mucho, quererte igual, recordarte siempre, seguir andando, tomar cafés, y volver a encontrarte en algún momento.

                                                                                       Ana García de Loza

 

 

Los que siempre queremos a Snoopy,
de mi corazón,
 lo reconocemos en estos ojos.